No es momento de retroceder

Un editorial





Mientras mucho se dirá de las elecciones del 2002 en los próximas días y semanas, una conclusión inmediata que debemos hacer es que los resultados no son un mandato para la agenda derechista de la administración Bush. No hubo un gran cambio en el Congreso – una movida hacia la derecha, pero no una victoria abrumadora derechista.

Los republicanos retomaron control del Senado y mantuvieron su mayoría en la Cámara. Pero esto no significa que la mayoría de los estadounidenses apoyan una política contra Irak. Tampoco significa que favorecen poner más jueces derechista, antilaboral, antimujer y racista en el Tribunal Supremo.

Tampoco significa dar una luz verde a la privatización del Seguro Social. Tampoco significa destruir la acción afirmativa. Tampoco significa destruir los derechos reproductivos de la mujer y el derecho de escoger. Tampoco significa que abogan por más recortes de impuestos para los más ricos. Tampoco significa respaldo en favor de la militarización de la economía o hacer de nuestros jóvenes carne de cañón.

Aunque las consecuencias del 11 de septiembre, veinte años de demagogia derechista, la visión limitada de los candidatos demócratas, y el papel del dinero y los medios de comunicación en la política de nuestro país han dejado al electorado dividido, no significa que decenas de millones han caído para siempre en las manos de la derecha.

Al contrario, las encuestas de opinión pública y la experiencia demuestran que las mayorías populares amplias pueden ser organizadas para luchar por trabajo y la seguridad económica, servicios médicos universal asequibles, por la igualdad racial y entre el hombre y la mujer, por la paz y el desarme, y en favor de una política extranjera humana y no bélica.

En el día de las elecciones un movimiento amplio popular casi hizo la diferencia en los resultados. El reto para ese movimiento – en cual al centro están los sindicatos, los pueblos oprimidos por cuestión de raza y nacionalidad, y las mujereres – es de reagruparse y buscar a todos que desean una vida segura sin importar por quienes votaron.

Claro está – y aquí es donde se encuentra el peligro – que la administración Bush tratará de decir que las elecciones fueron un mandato popular y moverse rápido y agresivamente para utilizar su control de las tres ramas de gobierno federal para imponer unas políticas reaccionarias, antidemocráticas, militarista e imperiales en nuestro país y el mundo.

Su agenda inmediata es de invadir a Irak con una fuerza militar aplastadora, ganar la nominación en el Senado de jueces derechistas para el Tribunal Supremo, y hacer permanente los recortes de impuestos para los ricos.

Pero un movimiento popular unido multirracial puede ponerle obstáculos y parar a Bush y las secciones más reaccionarias del capital transnacional. Las elecciones del 5 de noviembre fueron un atraso, pero no fue un llamado a retroceder. Con unidad y lucha la derecha en Washington y en las oficinas de las corporaciones pueden ser derrotadas y nuevas victorias se pueden ganar.